
Si alguna vez quiso presentarse como el proyecto ilusionante de una comunidad de gentes comprometidas con la protección de los Derechos Humanos, Europa ha ido quitándose poco a poco la careta y ahora ya nadie puede dudar de lo que realmente es: un club de oligarcas, que viven de las guerras y la expoliación de otros países, y que dan una patada a los desposeídos que vienen huyendo de esa desigualdad, de la guerra y el hambre que los dueños del mundo provocan.
Estos últimos meses hemos visto una Europa que eleva sus muros y alambradas; que lanza su policía y sus gases lacrimógenos contra niños, ancianos, enfermos y todo tipo de personas que solo buscan sobrevivir; que construye auténticos campos de concentración de personas mientras innominiosamente se piensa si darles la acogida a la que tienen derecho según las leyes internacionales; que expropia a los inmigrantes todos sus bienes; que contempla impasible cómo duermen sobre el barro niños que han recorrido miles de quilómetros sin nada entre sus manos, y a los que solo asisten las organizaciones no-gubernamentales; que ahoga, al menos por omisión, a miles de personas en las aguas del Mediterráneo; y que llega ahora a un pacto con Turquía para, a cambio de dinero (para ese país en que faltan algunos derechos tan elementales como la libertad de prensa), mantener alejadas de nuestras fronteras a las personas que buscan refugio.
Los dirigentes políticos nos intentan hacer creer que aceptarlos es imposible, cuando sabemos que es completamente falso: países mucho más pobres que los europeos, han acogido a muchos más refugiados.
Los dirigentes políticos nos intentan hacer creer que aceptarlos es imposible, cuando sabemos que es completamente falso: países mucho más pobres que los europeos, han acogido a muchos más refugiados.

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